OTRO SHOW DEL AJUSTE INFINITO

La lectura horrorosa de Javier Martínez de Hoz se impuso este domingo a la noche sobre cualquier otra consideración, apenas quedó claro que su discurso fue simplemente la reiteración consignista del personaje que encarna.

Toda la plata para pagar la deuda fue, en todo caso, el único resaltado en particular. No dedicó una sola línea a explicar cómo logrará la recaudación de divisas necesaria a fines de alcanzar ese objetivo. Y deliró cuando dijo que el sector privado ya anunció inversiones por 50 mil millones de dólares, en otra muestra de su insólita capacidad para lanzar números sin ton ni son que nadie comprende de dónde saca.

A los gobernadores les pidió un ajuste de 60 mil millones de dólares, en otro de los pocos párrafos a destacar. No fue precisamente una convocatoria al diálogo y el consenso, abriéndose así el interrogante de cuál espacio parlamentario tendrá para la aprobación presupuestaria. Entre senadores y diputados fue cubierto un tercio del recinto. Trolls y tuiteros llenaron los palcos para (mal) disimular el clima helado.

En síntesis, fue un mero subrayado del ajuste infinito que obliga a renovar la pregunta de cuánto aguante más le dispensará la sociedad.

El vértigo de los acontecimientos políticos es abrumador. Resulta muy embrollado diferenciar aspectos principales y secundarios. Nadie está exento de caer en esa confusión. Por momentos parece que al Gobierno y sus socios no les entra bala alguna. En otros, semeja que están al borde una crisis severa.

¿Hay alguna forma de encontrar diagnóstico y perspectivas “equilibradas”? ¿O desconcierto e incógnitas son tan grandes como para que todo pronóstico corra riesgo de sumirse en un papelón, porque las emociones y datos contrapuestos no permiten certeza alguna?

De ser por historias de crisis político-sociales, una reiteración ineludible es que en Argentina, hace ya años y años, no hubo ninguna que no fuera parida por el estallido de las variables financieras y las restricciones de divisas.

El recuerdo de ese dato enmarca el repaso de estos últimos días.

Javier Milei y la Banelco consiguieron, en Diputados, la cantidad de radicales suficientes para imponer el veto a la limosna que recibirían los jubilados. Pero en el Senado se abroqueló la oposición, que no sólo sancionó el aumento del presupuesto a las universidades nacionales. También volteó el DNU que proveía a la SIDE con fondos escandalosos.

El Gobierno, a “cambio”, pudo lograr que se aprobara el mecanismo de sufragar con boleta única, en lugar de las listas sábana. La modificación parcial retorna el proyecto a la Cámara Baja, donde es muy probable que duerma el sueño de los justos. Los únicos cambios son que se agilizaría el escrutinio y que sería el Estado quien imprima las papeletas, en lugar de surtir a partidos y sellos de goma. El resto permanece conceptualmente igual. Lo que el engendro gobernante presenta como un logro contra la casta no es más que una maniobra que puede salirle bien o mal, y que ni siquiera alcanza el rango de distracción porque no le importa a nadie.

Afuera del Congreso se producía otro ejemplo supremo de este aquelarre en que se convirtió la escena política. Aunque a esta altura lo sucedido ya se conoce de memoria, es necesario describirlo con ciertos señalamientos que pintan el cuadro completo.

La movilización de sindicatos y movimientos sociales, para meter presión “en defensa de los jubilados”, no fue todo lo numerosa que se infería al cotejársela con lo que estaba en juego. Algunos se retiraron antes de la votación en el recinto, y otros ni intentaron llegar cerca del Congreso.

Suena pobre la excusa de que se trataba de un día laborable, y que el megaoperativo de seguridad fue impresionante. ¿Desde cuándo esas barreras son un obstáculo, si es que hay un firme espíritu confrontador? A no engañarse. Cualquier marcha que carezca de conducción o referentes manifiestos, salvo excepciones contadísimas, tiene destino de ineficacia.

Aun así, la bestialidad del adefesio gubernamental, en cabeza de la Comandante Pato, escaló hasta límites de repugnancia represiva que no conocíamos. Que la policía gasee a una nena de diez años, como si hubiera sido poco la actitud idéntica contra gente mayor sin más armas que su indignación, superó límites imaginativos. Y el asco es el mismo frente a aquellos que ubican el centro del asunto en que una nena no debe participar en actos de protesta.

Lo que siguió a este grotesco no hizo más que incrementarlo, por obra y gracia de autoridades cuyas internas y desaguisados son análogos a las peripecias opositoras.

Los servicios del Gobierno operaron sobre sus periodistas un video fake que mostraba a la nena atacada por los manifestantes. La militancia mediática del mileísmo entró como un caballo y, entre el miércoles a la tarde y el jueves a la noche, se vivió una instancia multiorgásmica.

La subalterna inmediata de Bullrich confirmó que la policía no tuvo nada que ver. El comunicador de TN que encabeza a los libertaristas más exaltados se regodeó con las andanzas del kirchnerismo y la izquierda. A la mañana siguiente saltó el video real, con el agente de la Federal disparando gas a la cara de la piba. A la tarde, el comunicador central de La Nación+ pidió que se vayan todos comenzando por la propia Pato.

La ministra, nuevamente derrotada en su lucha por articular oraciones, lo llamó al aire. Le dijo que no tenía ni la más remota idea de quién mandó ese fílmico, que su segunda ya había establecido como analizado y chequeado. A la noche el cruzado de TN pidió disculpas, mientras sus compañeros ponían cara de dónde me meto. Después, el de La Nación+ se disculpó con la ministra. Y la guinda apareció a través las acusaciones del ejército de trolls oficiales contra Macri, sindicándolo como autor de la opereta en su interna frente a Pato. A todo esto, por la mañana, Manuel Adorno expresó su orgullo por el operativo policial.

Las características de este espectáculo se llevaron la mirada mediática, hasta el punto de relegar que la inflación de agosto volvió a subir por encima del 4 por ciento.

Parece ser el índice que fija la medición del Indec. El Gobierno confirma que no devaluará. Crece la pregunta de cómo sacan esos números, porque se agolpan los tarifazos de luz y gas, la masacre del precio de los medicamentos y los ingresos de bolsillo estancos.

A simple vista, que Milei haya ratificado el veto a la ley de financiamiento universitario puede suponerle un costo político y callejero ¿gigantesco? Se verá, porque el millón de manifestantes del 23 de abril, capaz de estamparle el mayor trompazo de su gestión incluyendo a franjas juveniles que lo votaron, salió en respaldo global a la educación pública y al funcionamiento de las universidades. Ahora se trata, sobre todo, de que haya ajuste básico para los profesores. Nunca aumento, porque sus salarios ya perdieron alrededor de un 50 por ciento del poder adquisitivo.

¿La reacción será la misma que en abril? ¿O como ahora es cuestión de defender sueldos de “terceros” menguará la solidaridad?

En preguntas como ésa radica, en muy buena medida, el núcleo de la cosa.

A priori, en tiempos exacerbados de individualismo y sálvese quien pueda, haría falta que las consignas aglutinantes tengan la conducción política hoy inexistente.

Y también asoma imprescindible que los actores sociales más combativos, a falta de una dirigencia contenedora, renueven tácticas de enfrentamiento.

Por ejemplo, ¿no es hora de pensar en la reedición de hallazgos conmovedores como la Carpa Blanca de los maestros, durante el menemismo? ¿No lo sería que la defensa de los jubilados tenga sedes fijas, en todo el país, a las que sume cotidianamente el apoyo de gente suelta, artistas, intelectuales, luchadores, personalidades diversas? ¿No se requiere que los científicos agredidos y los colectivos de sectores tan golpeados por este experimento macabro tengan lugares más expuestos, menos dispersos, más convocantes?

¿Es mala idea que, en vez o además de marchas cada tanto, haya puntos de encuentro que inviten a poner el cuerpo en visibilización permanente?

Son nada más que sugerencias de acción, al ser obvio que algo más efectivo debe aparecer en tanto el conjunto opositor sigue desperdigado en lamentables e inservibles luchas intestinas.

Estar juntos no es lo mismo que estar todos unidos.

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