RESEñA DE ‘MONSTRUOS: LA HISTORIA DE LYLE Y ERIK MENENDEZ’, UNA MEZCLA DE ACIERTOS Y FALLAS DE RYAN MURPHY

No es difícil entender qué fue lo que atrajo a Ryan Murphy al caso que se encuentra en el corazón de su nueva serie de Netflix, Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menendez. En 1996, los hermanos fueron condenados por el brutal asesinato de sus padres, José y Kitty, a quienes dispararon mientras veían televisión en su lujosa mansión de Beverly Hills en 1989. Fueron declarados culpables tras dos juicios de gran notoriedad, el primero de los cuales fue retransmitido en directo por un canal poco conocido, Court TV. Entonces, Estados Unidos se obsesionó con la historia, que reúne todos los ingredientes necesarios para una adaptación al estilo de Murphy. ¿Un crimen brutal? ¿Una avalancha mediática? ¿Despliegues ostentosos de riqueza? ¡Bingo, bingo, bingo!  

Desde hace mucho tiempo, el prolífico showrunner muestra una fascinación por las causas célebres que mezclan crímenes reales espeluznantes con una cobertura mediática sensacionalista: estos casos ponen en duda nuestro apetito colectivo por el horror. No obstante, su éxito —y si las series invitan a la reflexión o caen en lo explotador— varía de forma considerable.  

Basta con comparar su miniserie de 2016, American Crime Story: El pueblo contra O. J. Simpson, un drama cuidadosamente elaborado que invita a la reflexión y brilla por sus actuaciones memorables, con su trabajo más reciente, La historia de Jeffrey Dahmer (2022), la primera entrega de la serie antológica Monstruo, cocreada junto a Ian Brennan. Esta última producción parecía encapsular lo peor de la actual fascinación cultural por los asesinos en serie y se enfocaba de manera casi morbosa en los crímenes macabros de Dahmer. No pasó mucho tiempo antes de que las familias de las víctimas criticaran la forma en que se mostraba a sus seres queridos. Entonces, ¿dónde se sitúa este nuevo drama dentro del universo de Murphy, entre lo reflexivo y lo sensacionalista? Probablemente, en un punto intermedio.

Cuando Lyle y Erik Menéndez hacen su primera aparición, interpretados por Nicholas Alexander Chavez y Cooper Koch, respectivamente, parecen ser los típicos niños mimados de la alta sociedad, que pasean por Los Ángeles en una limusina negra y critican a su chófer por no sintonizar la emisora que les gusta. Sin embargo, no tarda en revelarse algo más profundo. Poco después, Erik, interpretado por Koch como el contrapunto más sereno y vulnerable frente a la arrogancia de Lyle, se derrumba en la consulta de su psiquiatra y su confesión pone a prueba los límites del privilegio médico-paciente.

Durante el juicio en la vida real, los fiscales señalaron el interés económico como motor del crimen, mientras que la defensa argumentó que Lyle y Erik sufrieron abusos sexuales, físicos y emocionales. Monstruos se adentra en los matices del caso y plantea que la verdad podría residir en una caótica fusión de ambas perspectivas.

La serie no esconde el impulso adquisitivo de los hermanos tras el asesinato y muestra sus extravagantes compras de Rolex, ropa de diseñador y autos deportivos. Cabe destacar un elemento habitual en las producciones de Murphy: el consumismo excesivo de finales de los ochenta se presenta con una recreación impecable en cada secuencia de compras y con una atención exquisita a cada elemento visual. Sin embargo, si los hermanos encajan en la categoría de monstruos, como parecen sugerir Murphy y su equipo, sus padres podrían ser igualmente dignos de tal etiqueta. Javier Bardem y Chloë Sevigny interpretan a los padres Menéndez a través de varios flashbacks. En los episodios iniciales, Bardem retrata a un José lleno de una ira latente, siempre dispuesto a humillar a sus hijos, tanto en la intimidad como frente a los demás.  

Antes del asesinato, la tensión en la casa de los Menéndez resulta casi insoportable. No obstante, los momentos más dramáticos a veces caen en lo camp involuntario: una escena del primer episodio, donde Sevigny arranca con brutalidad el peluquín de su hijo, dejándolo calvo y abatido, parece hecha para volverse un meme. Secuencias como esta, junto a diálogos cargados de información sobre la investigación policial, provocan que el tono oscile entre lo serio y lo absurdo.

Por suerte, esta nueva entrega de Monstruo evita los excesos grotescos de Dahmer. Aun así, se percibe como una mezcla confusa entre los aspectos más sobresalientes y los más cuestionables del estilo de Murphy. Quizás sus fans más acérrimos quedarán complacidos, pero a sus críticos los dejará un poco asqueados.

Traducción de Leticia Zampedri

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