LOS úLTIMOS 100 DíAS DE PERóN: "ME AHOGO, DOCTOR, ME AHOGO CADA VEZ MáS"

De los últimos 17 días de su vida, Juan Domingo Perón pasó 15 sin su esposa Isabel, de gira por Europa. Pese a que los médicos compartían la idea de que el cuadro clínico del Presidente ya no se iba a revertir, el gobierno insistió en esas semanas con enviar un mensaje de "normalidad". Hasta que las novedades se precipitaron y no se pudo más.

Hay que rebobinar hasta las horas siguientes al acto del 12 de junio, el último de Perón, aquel de "la más maravillosa música", para recordar que aquella misma noche había tenido un crisis con dolores precordiales y a partir de entonces no le quedó otra opción que aceptar la recomendación de los médicos de aflojar con el ritmo y hacer reposo.

Pero con eso no iba a alcanzar. La recta final de su vida empezó con un catarro superable para un paciente normal. Pero Perón no lo era. Sufría: una cardioesclerosis (el músculo cardíaco reemplazado por tejido fibroso), una cardiopatía isquémica, era broncoenfisematoso, tenía un un grado leve de insuficiencia renal y pólipos en la vejiga.

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Carlos Seara, del equipo de emergencia que estaba al lado del Presidente, recuerda en su libro Perón, testimonios médicos y vicencias, que en esos últimos 10 días Perón pasó definitivamente a la categoría de "paciente de Estado". Además de su cardiólogo de cabecera, Pedro Cossio, empezaron a irrumpir en Olivos distintos profesionales con actuación política en el peronismo y las opiniones se diversificaron. Seara recordó una frase que reproducía Jorge Alberto Taiana, amigo y uno de los médicos fijos del general: "Cuando un paciente tiene un médico, tiene uno; cuando tiene dos,tiene dos; y cuando tiene tres, no tiene ninguno".

En esos días hubo además en Olivos un suerte de vacío de poder porque Isabel y José López Rega estaban ausentes por su gira europea. Mientras la vicepresidenta se entrevistaba en Roma con el Papa Paulo VI y recibía de manos del generalísimo Francisco Franco la Orden de Isabel la Católica, en la residencia presidencial el edecán Carlos Alberto Corral y el jefe de custodios Juan Esquer ocupaban la primera línea de las decisiones, en momentos especialmente delicados.

¿Y Perón qué hacía? Aunque dormía más de lo habitual, comía bien, deambulaba, e iba al baño por su cuenta. Veía por televisión los discursos de Isabel en la gira y aunque no era muy futbolero, se enganchaba con el Mundial de Alemania y buscaba compañía para mirar los partidos del aquel equipo argentino que a duras penas pasó de ronda y chocó con la realidad con la estrepitosa derrota frente a la "Naranja Mecánica" holandesa de Johan Cruyff.

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Una novedad médica fue que entre al 26 y el 27 de junio, por gestión del ministro de Hacienda José Ber Gelbard, llegó un equipo de electrocardiograma telemétrico, es decir, a distancia. Eso permitía que no hubiera un médico mirando un monitor al lado del paciente y de esa forma podían evitar ponerlo nervioso e invadir menos su privacidad.

Pero todos sabían que el cuadro en algún momento iba a complicarse y entonces decidieron hablar a Isabel para que se volviera. El retorno de la vicepresidenta se produjo prácticamente 72 horas antes de la muerte de su esposo. Ese fue todo el tiempo que pudieron pasar juntos.

El 27 de junio Perón tuvo una de sus últimas acciones públicas, aunque no pudo asistir personalmente: lo mandó al comandante en jefe del Ejército, Leandro Anaya, a donar por mitades al Hospital de niños y al hogar de ancianos Nuestra Señora de Luján, en Burzaco, los haberes que el Ejército le debía desde 1955 y le había reintegrado. Fue un legado económico cargado de la simbología peronista de origen.

En esas hora se divulgó un parte médico firmado por los médicos Cossio y Taiana: "El excelentísimo señor presidente de la nación, teniente general Juan Domingo Perón, padece desde hace doce días una broncopatía infecciosa que por su intensidad ha repercutido sobre su antigua afección circulatoria central. Se aconseja proseguir con reposo absoluto y asistencia médica, a fin de cubrir cualquier eventualidad".

La calle comenzó a entender que la situación era complicada. Isabel volvió el 28, y aunque los diarios informaban sobre "una sensible mejoría", el general  le delegó el poder. Parecía, y era, una contradicción. Lo cierto es que el Perón ya no volvería a tener el mando formal del país. La era que había comenzado casi 30 años antes, comenzaba a terminarse.

Ese viernes 28 de junio, el final empezó a acelerarse, como las pulsaciones del general en los monitores. En un momento Perón llamó y dijo: "Me ahogo, doctor, me estoy ahogando, cada vez más". Había hecho un edema de pulmón y entonces actuó Seara para colocarle un catéter, desde el codo hasta la axila. Era la primera vez que Perón era sometido a un procedimiento invasivo de ese tipo, pero no quedaba otra.

Al ser canalizado, el paciente mostró una mejoría, pero la ilusión no duró mucho. Al rato aparecieron signos groseros de isquemia y mal funcionamiento cardíaco y un agravamiento de la insuficiencia renal.

Lo rodearon de enfermeras y lo pasaron a una cama ortopédica que instalaron en un recibidor en la planta alta de la residencia. Aunque le habían armado un esquema de emergencia con aparatología y guardia permanente, Perón nunca estuvo internado en un hospital y dormía hasta ese momento en una cama francesa con respaldo rococó, que a último momento habían inclinado con unos tacos.

Ese día el Presidente no volvió a deambular y ya no regresó a su habitación. Empezaban, ahora sí, las horas finales de una vida que marcó un siglo en la Argentina.

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