VALE DECIR

Nevermore, nevermore

Masahisa Fukase no eligió convertirse en el artista más radical de la posguerra. Simplemente, estaba demasiado atento en su camino hacia lo profundo. Y es esa melancolía la que va hilando una serie de fotografías hechas entre 1975 y 1986 que devendrían en su obra más canónica: Ravens. Se trata de imágenes en blanco y negro que comenzaron a multiplicarse luego de que un editor le dijera que estaba en el punto cúlmine de su exploración. Ahora se pueden ver en Madrid, en el marco del festival PHotoEspaña. Nacido en 1934 en Hokkaido, hijo de un padre fotógrafo, Fukase trabajaba mucho tiempo en cada proyecto, como una larga meditación. Así es como incorporó su propia experiencia en cada toma: su esposa Yoko, su padre moribundo, su gato Sasuke, la franja costera de Hokkaido donde retornó tras un doloroso divorcio. Y los cuervos, claro, omnipresentes con su belleza enigmática. Esas fotos de ojos y plumas tan oscuros como luminosos, tienen su dificultad técnica. Porque Fukase solía utilizar un flash estroboscópico para controlar mejor la luz que iluminaba sus escenas. A veces eran fotos disparadas a medianoche, con su Nikon F1 o con su Pentax, que requerían positivados muy complicados (las copias que se pueden ver en España necesitaron un preciso trabajo para captar sombras y contrastes). Hacia el final de su vida laboral, el fotógrafo giró cada vez más la cámara hacia sí mismo. La gran cantidad de autorretratos performativos, precursores de nuestras rudimentarias selfies, atestigua la forma singular, casi obsesiva, en que el artista se relacionaba con su entorno y consigo mismo. En 1992, Fukase se cayó de una escalera y quedó con daño cerebral permanente. No fue hasta después de su muerte, en 2012, que los archivos se fueron divulgando hasta volver a poner en escena una obra que parece teñida de aquel susurro insidioso que atravesaba los versos de Edgar Allan Poe.

La solución final

Mientras el uso de drogas farmacológicas e ilegales se sigue dispersando a lo largo del mundo, otro tanto ocurre con sus efectos sobre la vida silvestre, en especial, las especies actuáticas. Desde la trucha marrón que se vuelve “adicta” a la metanfetamina hasta la perca europea que se arroja felizmente a los depredadores debido a los medicamentos para la depresión, los científicos advierten que la industria farmacéutica debe reformular de manera urgente el diseño de sus medicamentos para que sean más ecológicos. Esto es lo que indica un artículo de la revista Nature Sustainability. “Existen algunas vías para que estos químicos ingresen al medio ambiente”, explicó el investigador sueco Michael Bertram, uno de los autores del artículo. “Una, es el tratamiento inadecuado de los productos farmacéuticos. Otra es durante el uso: cuando un ser humano toma una pastilla, no toda la droga se descompone dentro de nuestro cuerpo y, por lo tanto, el efluente se libera directamente al medio ambiente”. Drogas como la cafeína, los ansiolíticos, los antidepresivos y los antipsicóticos están entrando en los ecosistemas, dijo Bertram, al igual que la cocaína y la metanfetamina. Bertram señaló el ejemplo del diclofenaco, un antiinflamatorio que fue usado en ganado y provocó que la población de buitres de la India cayera en más de un 97 por ciento entre 1992 y 2007. No sería extraño que en un futuro no lejano, los animales decidieran esnifarnos y terminar con el asunto.

Jinetes de marfil

A través de la Ruta de la Seda, llega desde la antigua ciudad de Samarkanda, en Uzbekistán, un grupo de siete figuritas talladas en marfil, que constituyen las piezas de ajedrez más antiguas del mundo. Estas piezas forman parte de Silk Roads, una exposición que se podrá ver en The British Museum, en Londres, que abarca del 500 al 1000 d.C. Es la primera vez que Samarkanda envía objetos a este museo, como parte de 29 instituciones que harán lo mismo para explorar no sólo las rutas comerciales sino las conexiones entre culturas que unían Asia, África y Europa siglos antes del mundo globalizado. Las figuras representan parte de un ejército. Hay soldados de infantería, jinetes, gente en carros, un jinete de elefante. El marfil era en aquella época un bien de lujo, lo que indica que este conjunto era un objeto de gran valor. “Cuando el ajedrez se desarrolló por primera vez en la India alrededor del año 500 d.C., antes de extenderse a Oriente Medio y Europa, era un juego para entrenar estrategia militar entre la élite. Este es un gran ejemplo de cómo, durante el período que cubrimos en la exposición, todas estas redes y conexiones tienen un legado en la vida contemporánea”, dijo Yu-ping Luk, uno de los curadores principales de la muestra. Siguiendo la idea de una conectividad adelantada a su época, quizás aquel ajedrez era jugado en algún lugar remoto. Quizás la jugada se suspendió cuando alguien dijo: “Hay un fusilado que vive”. De hecho, el monopolio oriental era defendido sin piedad.

Aunque siga brillando la luna

“Hemos llegado hasta aquí para explorar la luna. Sin embargo, lo más importante que hemos descubierto es la Tierra”, dijo el astronauta del Apolo 8, Bill Anders, sobre una fotografía icónica que tomó el 24 de diciembre de 1968 y por la cual sería reconocido hasta su muerte, ocurrida días atrás. La foto –que en estos días se volvió a multiplicar en las redes– permitió, como escribió el poeta Archibald MacLeish al día siguiente en The New York Times, “ver la Tierra como realmente es, pequeña, azul y hermosa en ese silencio eterno donde flota”. Anders, que era parte de la tripulación junto a Frank Borman y Jim Lovell, reconoció que tomarla no formaba parte del protocolo programado de la misión aunque sí cumplió con lo que estaba pautado: leer en voz alta el Libro del Génesis, ese pasaje que dice “En el principio Dios creó los cielos y la tierra...”. Sus tripulantes, además, fueron los primeros humanos en ver el lado oscuro de la luna. Anders, que pasó su vida en contacto con el cielo, murió a los noventa años durante un accidente en su pequeño avión, que se convirtió en una bola de fuego y se estrelló en el mar frente al estado de Washington. No fue de los astronautas más conocidos pero después del Apolo 8 tuvo una de las carreras más influyentes fuera del programa espacial, tanto en el servicio gubernamental como en su rol de gerente privado de la industria espacial. Era consciente, sin embargo, de que su aporte fundamental había sido aquella foto escamoteada al protocolo que lograba mostrar la Tierra en un estado de magnificencia pero también, de soledad. Norteamericano de ley, había nacido por causalidad en Hong Kong. Su padre era teniente naval a bordo de una cañonera que patrullaba el río Yangtze. El pibito Bill y su madre huyeron de China cuando los japoneses atacaron Nanjing y el padre terminó ganando una Cruz Naval por los servicios prestados. El éxito del Apolo 8 también tuvo su épica. Porque revitalizó la Nasa tras una serie de fracasos y allanó el camino para la epopeya lunar de Neil Armstrong en 1969. Es que el asunto venía mal para los programas espaciales estadounidense y soviético. En enero de 1967, la cápsula del Apolo 1 estalló en llamas en la plataforma de lanzamiento, matando a sus tres astronautas. Tres meses después, el paracaídas de la nave Soyuz 1 del cosmonauta Vladimir Komarov no se abrió. Sin embargo, en Nochebuena, el Apolo 8 entró plácidamente en la órbita lunar después de un viaje de 66 horas y 340 mil kilómetros. 

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