ALEX ANWANDTER PRESENTA SU NUEVO DISCO Y SU PRIMER LIBRO DE POEMAS

Cuál es la función de un poema en el mundo, si es que tiene alguna. O de una canción. O de una película. Cómo funcionan todas esas cosas que inundan la vida cotidiana sin pedir nada a cambio: un verdadero misterio. Tampoco hay forma de saber si eso que está ahí, listo para ser leído, escuchado o visto, genera grandes transformaciones en el mundo o si sólo produce pequeños movimientos internos en cada persona. No existe una manera de pesar ni cuantificar un poema, ni una canción, ni una película. Son cosas sin medida, sin diámetro ni densidad. También son como piedras preciosas e inmateriales que por más opacas e incomprensibles que resulten, siguen siendo reclamadas y necesitadas por todo el mundo, o por muchos. Ni siquiera aquellas personas que se ocupan de inventar estos tesoros –es decir, los artistas– pueden explicar del todo por qué hacen lo que hacen o qué los motiva a producir. Pero más allá de los misterios y de la incomprensión, lo siguen haciendo sin parar, una y otra vez, año tras año. Incluso, hay algunos de esos artistas que tienen la habilidad, o el capricho, o el deseo, de crear varias de esas formas que puede tener una obra de arte. En ese grupo está Alex Anwandter, el artista chileno que desde hace años crea canciones, produce discos, dirige películas y ahora también escribe poemas.

En poco más de 15 años, publicó dos discos con su ex banda Teleradio Donoso, uno con el seudónimo Odisea, cinco como solista, hizo un largometraje y produjo los álbumes de Julieta Venegas y Juliana Gattas, entre otros. Después de todo eso, hace unas pocas semanas, Anwandter publicó Mil noches de Sudamérica, un libro de poemas editado en la Argentina por el sello De Parado. Este libro captura escenas que suceden en diferentes escenarios y universos temáticos a los que se ha referido con anterioridad, pero que ahora se presentan en un formato que no necesariamente se ajusta a la manera en la que el chileno escribe letras de canciones. “Intenté que el libro sea una versión amplificada de mí mismo. Quise ser lo más yo que pueda ser, pero que a la vez eso que estaba diciendo tuviera cierta proyección”, dice Anwandter. Lo que se puede vislumbrar cuando esa proyección aparece son intersticios de historias familiares, aventuras nocturnas, nombres propios de divas de la música, observaciones de una vida en Estados Unidos y algunas visitas a la Ciudad de Buenos Aires. En las situaciones más diversas, Anwandter encontró un poema y después se sentó a escribirlo.

“He estado escribiendo desde hace un buen tiempo, diría que llevo ya un par de años. Cuando acumulé unos cuantos poemas, como para un libro, decidí publicarlo. En mi manera de hacer las cosas, los ciclos creativos no se cierran hasta que alguien lee o escucha lo que estoy haciendo. No tengo miedo de publicar. Si lo que estoy haciendo tiene para mí un valor aceptable, pues sale”. Con este libro, el músico exploró una manera diferente de escribir en verso y encontró allí una forma de libertad: “Para hacer una canción tienes que seguir muchas reglas. La música pop es muy estricta y aunque las canciones suenen distintas, el 99 por ciento de las veces se hacen de una manera parecida. En la poesía eso no existe y es muy distinto hacer un poema porque siento que las canciones tienen que hablar de algo específico, mientras que una poesía puede empezar con una cosa y terminar en cualquier otro lado”.

Tal vez sea esa energía impúdica la que llevó a Anwandter a publicar, casi al mismo tiempo, un libro y también un disco, Dime precioso, apenas un año después de sacar un álbum megalómano de 16 canciones que contó con varias colaboraciones: Buscabulla, Javiera Mena, Julieta Venegas y Christina Rosenvinge. Quizás ese frenesí por producir y publicar responda a una necesidad tan misteriosa como conocer la utilidad de un poema. O quizás, simplemente, Alex Anwandter no puede evitarlo.

 
       

CASA LATINA

Los poemas de Anwandter recorren algunos puntos cardinales de la región. Hay versos que pasan por México, otros por Brasil, Chile y Argentina. Lo que devuelve eso es una identidad, de alguna manera, fragmentada. Como autor, Anwandter no es un poeta chileno que habla únicamente de la Cordillera, el litio, Carabineros y algún otro ícono trasandino, sino que en su literatura da cuenta de la manera heterogénea que conformó su propia identidad: un padre brasilero, una vida en Santiago, un puñado de amigas en Buenos Aires y un presente en Nueva York. Esta misma heterogeneidad ha aparecido en sus discos. Por ejemplo, su álbum Latinoamericana, publicado el 12 de octubre de 2018, incluyó dos canciones en portugués: “Um girassol da cor do seu cabelo” –de Lô Borges y Milton Nascimento– y “Olha Maria” –de Chico Buarque–; mientras que el siguiente, El diablo en el cuerpo, incluía referencias a la música bailable de la ciudad norteamericana en la que vive.

Así, Mil noches de Sudamérica viene a juntar esas piezas para devolver una imagen inacabada y heterogénea que refleja la biografía de un artista signado por los desplazamientos: “La pregunta por la identidad, sobre todo la identidad latinoamericana, me interesa por mi conformación familiar, que es medio brasilera por el lado de mi padre, medio del campo por mi madre y a la vez medio chilena. Sin embargo, no vivo en ninguno de esos lugares, soy novio de un chico mexicano y mis amigas están en Buenos Aires. Pienso todo el tiempo en qué es lo que nos une”. En la poesía de Anwandter, lo que parecería unir todas esas geografías es una idea de desesperanza –o de condena casi perpetua– y el afecto, principalmente de las amistades –y por momentos también de los amantes–. En este sentido, los poemas del chileno apuntan en dos direcciones distintas al mismo tiempo: Latinoamérica se levanta como un triste imperio tercermundista, pero habitado por criaturas maravillosas que le sacan lustre a esa tierra olvidada, incluso cuando se suicidan, se hacen famosas, vuelven a sus pueblos, tienen sobredosis, se hacen funcionarios, están brevemente en sectas, no van al doctor cuando el VIH se complicó y cuando aman con profundidad y ceguera.

“No me pregunto por qué vuelvo al interrogante por la identidad latinoamericana. No siento que sea mi trabajo, ni que me haga bien, ponerme a dudar de mí mismo inmediatamente después de que sucede el acto de creación. No me cuestiono a mí mismo en ese sentido, sino que cuestiono sólo los resultados”, dice Anwandter. “Hay otras cosas con las que también insisto, por ejemplo, una y otra vez hablo del peso que tienen los quiebres de amistades. Aparece en los poemas y en mis canciones. En mi vida, esos vínculos tienen un valor importante y no veo que lo tenga en el mundo exterior, que se fija más en los vínculos de pareja. Qué es ser un artista sino insistir una y otra vez con la misma cosa”.

Anwandter lleva algunos años viviendo en Nueva York, la ciudad más cosmopolita de Estados Unidos y, por qué no decirlo, del mundo. Sin embargo, lo que el artista chileno encuentra allí, por fuera de la diversidad que ofrecen esas esquinas, es una manera de reafirmar su propia identidad a partir de una negación; algunos poemas parecerían estar diciendo: jamás seré de este país, jamás me identificaré con este lugar, no seré un yanqui. Escribe Anwandter en “Me acabo de coger a todo Nueva York”: “Todos están tristes/ compraron el objeto anhelado y siguen siendo la misma persona/ Están acostumbrados a la desesperación/ Están desesperados por pasarla bien/ La pasan bien siempre/ Cada día, cada hora/ Están en la cima del mundo,/ pero quieren saltar al vacío.”

La definición de qué es lo latino se erige sobre la diferencia y el rechazo a, por ejemplo, la idiosincrasia estadounidense. Con los poemas de Anwandter no hay manera de definir a ciencia cierta qué es la identidad latinoamericana, pero definitivamente si se puede decir qué es lo que no es.

 

CONVERSACIÓN PERMANENTE

Si se intenta hacer una genealogía, su llegada a la escena de la música coincidió con un momento en el que varios artistas y grupos renovaban la canción pop en Chile. Mientras que en la Argentina se insistía con la guitarrita y el rock and roll, a comienzos de los años dos mil en el país vecino se afilaban los sintetizadores y se subía el volumen de la música bailable. Dënver, Javiera Mena y Gepe, por mencionar algunos ejemplos, fueron de esos artistas que empezaron a marcar el pulso de la escena musical. Esa fue la primera generación de artistas que empezó a producir música después de que la industria chilena colapsara, luego de que volaran por los aires las lógicas comerciales de los ’90: presupuestos y gastos delirantes a las que siguió una orden por parte de esa misma industria de no contratar artistas locales. Esa coyuntura que, en un comienzo, no parecía muy favorable, se transformó en un vehículo para que Anwandter y su generación pudieran producir por fuera de las expectativas de las lógicas comerciales y también como una oportunidad para renovar la tradición musical chilena –lo contrario de lo que pasó en la Argentina que, hasta que apareció el trap, insistió con el rock con algunas excepciones, como Miranda!–.

Si los interlocutores de Anwandter en la escena musical son bastante evidentes –con Gepe incluso grabó un disco, Alex & Daniel–, sus referentes y la conversación que establece en el campo de la poesía es bastante más invisible. “No sé si pensé tanto en poetas chilenos cuando hice el libro. Quizás un poco en Violeta Parra, pero siendo honesto, pienso más en ella para hacer canciones. Tenemos tanta tradición poética en Chile que a veces siento que lo contemporáneo queda chiquito. Creo que falta una renovación más potente en la literatura. No lo digo como algo malo, me gusta que existan los monumentos nacionales”, dice Anwandter. Al momento de pensar referencias, su cabeza se va hacia Brasil y no hacia esos monumentos nacionales: Mil noches de Sudamérica inicia con un fragmento de “Cargo conmigo”, un poema de Carlos Drummond de Andrade –escritor, periodista y político oriundo de Minas Gerais– publicado por primera vez en 1945, en el libro A rosa do povo.

La tradición en la que sí se apoya Anwandter es la de la oralidad chilena. Tanto en sus poemas como en sus canciones, los usos orales del lenguaje aparecen todo el tiempo y esto es algo que ha atravesado su carrera desde que empezó: incluso en canciones de Teleradio Donoso como “Granada”, las expresiones populares emergen entre las letras. La oralidad, incluso, le regaló el título de un disco: El diablo en el cuerpo. Aunque hubo quienes encontraron una referencia a la novela homónima de Raymond Radiguet –escritor francés que fue pareja de Jean Cocteau y murió a los 20 años–, según cuenta Anwandter, “el nombre de ese disco surgió de una expresión popular que hay en Chile, en el campo, que tiene un significado un poco ambiguo, como muchas de las cosas folklóricas, porque habla de una persona que tiene ganas de fiesta o de alguien que quiere portarse mal”.

Como quien sale de su casa y termina perdido, caminando, en el centro de la noche, la literatura del chileno exprime la libertad de la poesía y utiliza la deriva como un método de escritura. Los poemas de Anwandter pueden empezar en un sueño recurrente donde alguien pierde sus dientes y terminar en una oda a la soledad: “Me siento más solo que nunca/ Todos ustedes me han abandonado”. Frank O’Hara, el poeta norteamericano al que Anwandter hace referencia en su canción “Nuestra vida juntos” –publicada el año pasado–, fue muy hábil en el uso de la deriva como método. Uno de sus poemas más famosos, “Having a coke with you” –justamente al que se refiere el chileno en su canción–, comienza con la imagen de unos chicos tomando una gaseosa e inmediatamente se transforma en un paseo por diferentes ciudades del mundo para terminar en un comentario sobre una pintura de Rembrandt, el futurismo, Da Vinci y Miguel Ángel.

Otro punto de encuentro entre un poeta y otro son los escenarios donde sucede aquello que se cuenta en verso. En la mayoría de los casos, el espacio donde ocurre la poesía de O’Hara es la gran ciudad. Lo mismo ocurre con los textos de Anwandter. No es un poeta de la ruralidad, del campo, sino del asfalto y de la noche. Y el ojo con el que estos poetas miran ese mundo es un ojo queer, pero no porque los textos refieran a relaciones homosexuales, sino porque el punto de vista es desde el margen, desde el extrañamiento, por fuera de la norma y porque presentan a los textos como fugas de este mundo que existe cada vez menos. Los ojos de las locas, a veces, no se equivocan.

 

RESISTENCIA POP

Poco antes de la salida de Mil noches de Sudamérica, Alex Anwandter presentó su quinto disco solista: Dime precioso. Sin que se cumpliera un año desde la salida de su anterior álbum, El diablo en el cuerpo, el músico chileno salió con otro puñado de canciones bajo el brazo. Mientras que la producción del año pasado se presentó como una obra megalómana, Dime precioso se hizo en una escala mucho más pequeña y en muy pocos meses. “Con el último disco quise cambiar mi metodología de trabajo. Con El diablo en el cuerpo me demoré harto en hacerlo y es un disco complejo, maximalista y con un gran statement. Sin embargo, últimamente he intentado alejarme del afán de los statement porque creo que tienen una carga muy masculina y por eso esta vez quise ir en contra de esa idea de ‘el gran artista’ que quiere decir ‘grandes cosas’ con un ‘gran disco’”.

Con su último álbum, Anwandter refuerza su más clásica operación: disfrazar con melodías pop canciones de protesta. La aparición de Dime precioso es un pequeño atentado contra la tiranía de los singles y la especulación que reglan la industria musical actual. No hubo una lluvia de adelantos, ni miles de reels en Instagram para promocionar la salida del álbum. “Empecé a preparar todo para el disco en enero y en mayo ya estaba publicado. Entonces, no hubo tanto tiempo para cálculos, autoflagelación, inseguridades y dudas”, dice Anwandter. “Se trató de decir: ‘Esto lo hice dos semanas atrás, toma, escúchalo’. Esto es algo inusual porque hoy día todo se calcula para que tenga el máximo impacto de mercado y el Dime precioso no funcionó así. Por suerte ya perdí el interés por ganar dinero. Aunque suene cliché, no hago todo esto para ser millonario”.

Tal como él mismo señala, su producción musical ha sido un gran zig zag y cada disco funciona como una negación del anterior. Rebeldes, su primer álbum solista, no tuvo nada que ver con lo que había lanzado con Teleradio Donoso. Luego, Amiga sonó completamente diferente al anterior y lo que siguió, Latinoamericana, funcionó como una oposición a Amiga. Así, negándose a sí mismo disco tras disco, Anwandter encontró un método para construir su obra como músico. Lo que esconde esta manera de producir es una defensa de las contradicciones, otro gesto un tanto contra-epocal porque Internet y todos los espacios por los que circula el debate público se presentan como escenarios de verdades absolutas. “Hace tiempo que hago hincapié en las contradicciones que tengo”, señala el músico. “Medio boomer quizás de mi parte, pero el purismo de redes sociales, esa actitud de ultra cuidar lo que uno dice, ser ultra perfecto en términos políticos, siento que es algo que hay que abandonar. Me desuscribo de eso. Unfollow a todo eso”.

Lo que sí se mantiene intacto a lo largo de cada disco es esa combinación de música bailable con letras que poco tienen que ver con estar feliz. En la obra de Anwandter, bailar también es una manera de estar vulnerable, expuesto, y en todo caso la noche y las discotecas son los vehículos necesarios para dar rienda suelta a esa sensación de fragilidad y emocionalidad exacerbada. En sus poemas esto también se percibe porque incluso en los versos que refieren a la noche, el disfrute, el sexo y las drogas, también hay indicios de una sombra que crece casi permanentemente. Otra vez, la defensa de la contradicción aparece de una manera muy cristalizada porque esta propuesta de Anwandter señala que un momento de éxtasis también puede incluir un derrumbe interno. Un terremoto inminente.

Todo su trabajo, desde sus canciones y ahora sus poemas, señala hasta el cansancio la convivencia de cosas que muchas veces pueden pensarse como antagónicas. Donde hay placer, hay dolor. Donde hay baile, hay amargura. Donde hay dinero, hay desigualdad. Alex dirige su mirada hacia ese rincón del mundo que de manera sistemática se deja de lado, se rechaza. En su obra están los amigos que se mueren, los desamores, la condena que se le impone a los países llamados tercermundistas. Pero la actitud con la que se mira todo eso no es pasiva, ni tampoco desde la autocompasión, sino desde la protesta y la resistencia. No voy a aceptar dócilmente eso que se me impone, parece decir Anwandter una y otra vez. Repite hasta el cansancio “ya no aguanto esas imágenes de niños blancos y ojos azulinos”. Lo que hay en su obra es una protesta pop. Brillante. Bailable. Una protesta preciosa. Sí, díganle preciosa.

 

>”Nunca vas a estar solo”, una ópera prima

DOS NIVELES DE VIOLENCIA

El martes 27 de marzo de 2012, Daniel Zamudio murió en una cama de hospital en Santiago de Chile. Unos 25 días antes de eso, fue brutalmente atacado por el mero hecho de ser gay. En medio de la calle, un grupo homofóbico y con vinculaciones neonazis lo golpeó y lo torturó: le golpearon el cráneo, le cortaron partes de una oreja, quebraron sus piernas, lo quemaron con cigarrillos y con una navaja le hicieron cortes en el estómago con la forma de una esvástica. Este caso tomó relevancia pública, fue altamente mediatizado y derivó en manifestaciones y pronunciamientos que impulsaron la sanción de la ley 20.609 –conocida en chile como Ley Antidiscriminación o Ley Zamudio–. Además, fue el puntapié para que Alex Anwandter hiciera su primera película: Nunca vas a estar solo, estrenada en 2016.

La ópera prima de Anwandter es una historia de ficción que se inspiró en el caso Zamudio. En la película Pablo, un adolescente gay, es brutalmente atacado y queda internado en coma. Mientras tanto, su padre, Juan, intenta costear todos los gastos impagables que genera la situación de su hijo, mientras subsiste como administrativo en una fábrica de maniquíes derruida. En Nunca vas a estar solo la violencia ocurre en dos niveles al mismo tiempo. Por un lado, está el odio de quienes golpean a Pablo por ser un homosexual. Pero por otro lado, está toda la violencia que la burocracia chilena impone sobre el padre de Pablo. Frente la violencia y el odio, la respuesta es una deuda financiera. “Hacer cine en Chile es bien difícil. La precariedad de la industria cinematográfica de mi país, en comparación con otros, como la Argentina, es muy grande. Por ejemplo, mi amigo Felipe Galvez, el director de Los colonos, demoró diez años en hacerla. Yo no sé si quiero esperar harto tiempo para poder hacer una nueva película”. Según comenta, tiene algunos proyectos en diferentes estadíos y como alternativa para producir por fuera de esa precariedad, Anwandter empieza a pensar en desarrollar alguna de esas ideas en otros países.

Así como en sus discos se pueden encontrar claves acerca de una identidad latinoamericana y de una idiosincrasia chilena, en su película también hay huellas que sirven para pensar –o imaginar– cómo funcionan las cosas, sobre todo la gestión del odio, del otro lado de la cordillera. “Si bien en mi cabeza tengo también otras historias, me resulta casi imposible que no se meta la política en las cosas que hago”, confiesa. “Siempre todo en mi trabajo tiene condimentos de esos temas”. 

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